Roberto Arlt fue un escritor argentino nacido en la capital federal del país, en la provincia de Buenos Aires. Se dedicó a la escritura y al periodismo entre otras cosas dejando marcada en la literatura argentina una nueva faceta completamente cruda y original, desencadenando algo similar en otros autores extranjeros como William Burroughs.
Arlt nació en medio de la pobreza argentina un 2 de Abril de 1900 hijo de la unión de Kart Arlt y Ekatherine Iobstraibitzer. Su infancia fue realmente difícil teniendo que padecer toda la marginalidad de frente. A la edad de 8 años fue expulsado de la escuela a la que asistía, por lo que trabajó en varios oficios a la vez que trataba de aprender por cuenta propia todo lo que podía de literatura. Fue ayudante en una tienda de libros, aprendiz de tintorero, pintor, mecánico, carbonero, manager de una fábrica de ladrillos y estibador de puerto antes de poder obtener un empleo en un diario local.
De inmediato el trasfondo social marginal que había vivido se vio plasmado en una controversial columna que Arlt escribía denominada comúnmente Aguafuertes Porteñas. El nombre nace en base al trago alcohólico difícil de tragar y el hecho de que son historias en su mayoría de la zona de la Capital Federal, conocida como la zona portuaria
Las tendencias izquierdistas y su pasado hicieron que Arlt se interesara en el marxismo y esto influyó mucho en su escritura, mostrando la marginalidad como nadie lo había hecho hasta el momento. La nueva cara de la literatura iba de la mano de Arlt mientras que los más conservadores de la aristocracia argentina seguía inclinándose por autores como Jorge Luís Borges.
Muestras de tales trabajos pueden ser su primera novela El juguete rabioso (1926) que puede ser catalogada como convencional pero a la vez llena de energía. Los siete locos, su siguiente novela publicada en 1929 sería el pico de su agudeza literal, continuada luego por la secuela Los lanzallamas.
Tanto en las novelas como en sus cuentos y obras de teatro es recurrente la temática de personajes bizarros y medios locos, completamente alienados por su entorno, buscando una meta completamente ilógica en medio del caos urbano de principios de siglo.
Finalmente luego de una vida dura y extremadamente agotado Arlt muere en 1942 de un paro cardíaco. Fiel a su temática irreal y poco convencional, su ataúd fue bajado desde su departamento por medio de una grúa que lo sacó por la ventana.
Luego de ser traducido a varios lenguajes sirvió de inspiración a autores que intentarían retratar la pobreza, el crimen y la locura como él hacía. Según los críticos sus más cercanos seguidores serían William Burroughs, Iceber Slim e Irving Welsh, a quienes sin embargo Arlt destruiría de ser contemporáneo.
Obra en Prosa:*
El diario de un morfinómano (1921)
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El juguete rabioso (1926)
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Los siete locos (1929)
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Los lanzallamas (1931)
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El Amor brujo (1932)
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Aguafuertes porteñas (1933)
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El jorobadito (1933)
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Entrada a Bariloche (1934)
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Aguafuertes españolas (1936)
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El criador de gorilas (1941)
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Nuevas aguafuertes españolas (1960)
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Las fieras (????)
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Pequeños propietarios (????)
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El crimen casi perfecto (1981)[
cita requerida]
Drama:*El humillado (1930)
*300 millones (1932)
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Prueba de amor (1932)
*Escenas de un grotesco (1934)
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Saverio el Cruel (1936), la cual fue utilizada como libreto para una ópera en 2 actos y 21 escenas con música de
Fernando González Casellas*
El fabricante de fantasmas (1936)
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La isla desierta (1937)
*Separación feroz (1938)
*África (1938)
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La fiesta del hierro (1940)
*El desierto entra a la ciudad (1952)
*La cabeza separada del tronco (1964)
*El amor brujo (1971)
A continuación una aguafuerte porteña en la cual Arlt se descarga ante los lectores por la dificultad de su apellido:
YO NO TENGO LA CULPA
Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se me hacen algunos elogios. Pues bien, hoy he recibido una carta en la que no se me elogia. Su autora, que debe ser una respetable anciana, me dice:"Usted era muy pibe cuando yo conocía a sus padres, y ya sé quién es usted a través de su Arlt".Es decir, que supone que yo no soy Roberto Arlt. Cosa que me está alarmando, o haciendo pensar en la necesidad de buscar un pseudónimo, pues ya el otro día recibí una carta de un lector de Martínez, que me preguntaba:"Dígame, ¿usted no es el señor Roberto Giusti, el concejal del Partido Socialista Independiente?"Ahora bien, con el debido respeto por el concejal independiente, manifiesto que no; que yo no soy ni puedo ser Roberto Giusti, a lo más soy su tocayo, y más aún: si yo fuera concejal de un partido, de ningún modo escribiría notas, sino que me dedicaría a dormir truculentas siestas y a "acomodarme" con todos los que tuvieran necesidad de un voto para hacer aprobar una ordenanza que les diera millones.Y otras personas también ya me han preguntado: "¿Dígame, ese Arlt no es pseudónimo?".Y ustedes comprenden que no es cosa agradable andar demostrándole a la gente que una vocal y tres consonantes pueden ser un apellido.Yo no tengo la culpa que un señor ancestral, nacido vaya a saber en qué remota aldea de Germanía o Prusia, se llamara Arlt. No, yo no tengo la culpa.Tampoco puedo argüir que soy pariente de William Hart, como me preguntaba una lectora que le daba por la fotogenia y sus astros; mas tampoco me agrada que le pongan sambenitos a mi apellido, y le anden buscando tres pies. ¿No es, acaso, un apellido elegante, sustancioso, digno de un conde o de un barón? ¿No es un apellido digno de figurar en chapita de bronce en una locomotora o en una de esas máquinas raras, que ostentan el agregado de "Máquina polifacética de Arlt"?Bien: me agradaría a mí llamarme Ramón González o Justo Pérez. Nadie dudaría, entonces, de mi origen humano. Y no me preguntarían si soy Roberto Giusti, o ninguna lectora me escribiría, con mefistofélica sonrisa de máquina de escribir: "Ya sé quién es usted a través de su Arlt". Ya en la escuela, donde para dicha mía me expulsaban a cada momento, mi apellido comenzaba por darle dolor de cabeza a las directoras y maestras. Cuando mi madre me llevaba a inscribir a un grado, la directora, torciendo la nariz, levantaba la cabeza, y decía:-¿Cómo se escribe "eso"?Mi madre, sin indignarse, volvía a dictar mi apellido. Entonces la directora, humanizándose, pues se encontraba ante un enigma, exclamaba:-¡Qué apellido más raro! ¿De qué país es? -Alemán.-¡Ah! Muy bien, muy bien. Yo soy gran admiradora del kaiser -agregaba la señorita. (¿Por qué todas las directoras serán "señoritas"?) En el grado comenzaba nuevamente el vía crucis. El maestro, examinándome, de mal talante, al llegar en la lista a mi nombre, decía: -Oiga usted, ¿cómo se pronuncia "eso"? ("Eso" era mi apellido.) Entonces, satisfecho de ponerlo en un apuro al pedagogo, le dictaba:-Arlt, cargando la voz en la ele.Y mi apellido, una vez aprendido, tuvo la virtud de quedarse en la memoria de todos los que lo pronunciaron, porque no ocurría barbaridad en el grado que inmediatamente no dijera el maestro:-Debe ser Arlt.Como ven ustedes, le había gustado el apellido y su musicalidad. Y a consecuencia de la musicalidad y poesía de mi apellido, me echaban de los grados con una frecuencia alarmante. Y si mi madre iba a reclamar, antes de hablar, el director le decía:-Usted es la madre de Arlt. No; no señora. Su chico es insoportable.Y yo no era insoportable. Lo juro. El insoportable era el apellido. Y a consecuencia de él, mi progenitor me zurró numerosas veces la badana.Está escrito en la Cábala: "Tanto es arriba como abajo". Y yo creo que los cabalistas tuvieron razón. Tanto es antes como ahora. Y los líos que suscitaba mi apellido, cuando yo era un párvulo angelical, se producen ahora que tengo barbas y "veintiocho septiembres", como dice la que sabe quién soy yo "a través de su Arlt".Y a mí, me revienta esto.Me revienta porque tengo el mal gusto de estar encantadísimo con ser Roberto Arlt. Cierto es que preferiría llamarme Pierpont Morgan o Henry Ford o Edison o cualquier otro "eso", de esos; pero en la material imposibilidad de transformarme a mi gusto, opto por acostumbrarme a mi apellido y cavilar, a veces, quién fue el primer Arlt de una aldea de Germanía o de Prusia, y me digo: ¡Qué barbaridad habrá hecho ese antepasado ancestral para que lo llamaran Arlt! O, ¿quién fue el ciudadano, burgomaestre, alcalde o portaestandarte de una corporación burguesa, que se le ocurrió designarlo con estas inexpresivas cuatro letras a un señor que debía gastar barbas hasta la cintura y un rostro surcado de arrugas gruesas como culebras?Mas en la imposibilidad de aclarar estos misterios, he acabado por resignarme y aceptar que yo soy Arlt, de aquí hasta que me muera; cosa desagradable, pero irremediable. Y siendo Arlt no puedo ser Roberto Giusti, como me preguntaba un lector de Martínez, ni tampoco un anciano, como supone la simpática lectora que a los veinte años conoció a mis padres, cuando yo "era muy pibe". Esto me tienta a decirle: "Dios le dé cien años más, señora; pero yo no soy el que usted supone".En cuanto a llamarme así, insisto: Yo no tengo la culpa.
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Esta entrada esta dedicada para mi kompañero ivi..salud!